Kathryn Sikkink estuvo en Buenos Aires para presentar su último libro Evidence for Hope. Making Human Rights Work in the 21st Century, en el que hace una lectura rigurosa y de largo plazo sobre la trayectoria y los efectos del activismo en derechos humanos a nivel global, y rescata los resultados trascendentes de las luchas en el tiempo.
Sikkink es una conocedora del movimiento de derechos humanos argentino, del proceso de justicia por crímenes de lesa humanidad y del trabajo del CELS. Como académica, su objeto de estudio son los derechos humanos, atravesados por los debates y las intervenciones de los propios actores del movimiento.
Presenta este libro en una coyuntura particular, de escepticismo académico respecto de la vigencia, la legitimidad y el impacto de los derechos humanos; y de gobiernos que producen y reproducen una visión negativa sobre los derechos humanos para desmontar y legitimar políticas contrarias. Frente a eso, Sikkink opone una lectura de largo aliento e identifica logros importantes.
Sikkink marca con precisión las falacias lógicas y las debilidades empíricas de varios colegas que han formulado análisis escépticos y pesimistas sobre los derechos humanos. Plantea que esas posiciones falaces permean a los propios activistas y producen efectos en términos de desmovilización. Sikkink contrapone tendencias de ciclos más amplios, y desagrega “los derechos humanos” identificando tensiones entre las arenas globales y locales, del norte y del sur, en las que se dan las disputas y luchas de derechos humanos. Así construye uno de sus principales logros: responder empírica y situadamente a afirmaciones muchas veces generales, abstractas y sin anclaje o carentes de datos.
En Derechos humanos y sociedad Emilio Mignone señalaba: “El mejor homenaje a las víctimas del terrorismo de Estado reside en el idealismo de los principios, la tenacidad en el esfuerzo y el realismo en la ejecución”. Entrevistado en numerosas oportunidades por Sikkink, Emilio -uno de los fundadores del CELS- ocupó un rol central en el sistema de alianzas que fortaleció el movimiento de derechos humanos y su experiencia como miembro de la OEA en los años 60 sirvió de enlace entre la comunidad argentina y las organizaciones internacionales.
La perspectiva empírica de Sikkink identifica contribuciones decisivas a la conformación del paradigma de los derechos humanos en el Sur Global, en especial de diferentes personas de Latinoamérica, a partir de una reconstrucción detallada de su influencia. Con esto, refuta las críticas estereotipadas -activas tanto en países del norte como del sur- que desprestigian los derechos humanos al presentarlos como una imposición hegemónica del “Norte”. Sikkink demuestra que el modo en que se suele presentar la historia de los derechos humanos invisibiliza el aporte del “Sur”, su rol en la construcción del régimen del derecho internacional de los derechos humanos y el papel de activistas de diferentes regiones del Sur Global en la redacción de la Declaración Universal y hasta en la creación de la Corte IDH.
Sikkink considera que con el paso del tiempo se consolidaron jerarquías en las dinámicas entre actores de derechos humanos, con una marcada diferencia entre el norte y el sur, así como entre organizaciones nacionales e internacionales. Es un desafío para los actores que trabajan localmente establecer alianzas horizontales con organizaciones pares para tener una voz propia en la arena internacional. Esta visión es parte de la estrategia asumida hace unos años por el CELS: ser una organización local, con proyección regional y una voz global. A nivel nacional, construimos alianzas con actores que no necesariamente se han reconocido a sí mismos como actores del movimiento de derechos humanos: movimientos sociales, sindicatos, movimiento de mujeres.A nivel internacional, creamos redes entre organizaciones con trabajo nacional para tener juntos una voz de peso donde se discuten los estándares, protocolos e instrumentos.
En su libro, Sikkink también identifica entre las críticas a los derechos humanos una cuestión que no es nueva y que a veces se presenta como límite o posibilidad del potencial transformador del paradigma de derechos humanos: su supuesta universalidad, neutralidad o anti-politicidad. En nuestro país es frecuente la crítica opuesta: se acusa a los organismos de derechos humanos -y con ellos a los mecanismos de protección regionales y globales- de una supuesta sobre-politización. Con frecuencia, se trata de una crítica de brocha gorda, en donde no se diferencia entre lo político y lo partidario. Los riesgos de las críticas así presentadas es que contribuyen a legitimar que los gobiernos ejerzan medidas regresivas, pudiendo presentar los avances en el ejercicio de derechos como un botín partidario de un gobierno anterior que debe ser desmontado.
Una de las contribuciones de Kathryn Sikkink es aportar perspectiva temporal y precisión geopolítica a sus análisis. Nos transmite dos mensajes centrales para repensar la valoración del campo de los derechos humanos. Por un lado, las conquistas no se cristalizan, no adquieren inmunidad, ni mantienen un significado invariable. No debemos tener esa expectativa, ni esa medida para ponderar los efectos del activismo. Pero, por otro, las regresiones que ponemos experimentar tampoco dejan tierra arrasada: hay sedimentos y acumulación, tal como muestra su análisis de largo plazo. Como escribe en el último capítulo de Evidence for Hope: “El desafío al que nos enfrentamos ahora es cómo mantener la esperanza y la acción sin caer en la autocomplacencia o la indiferencia”.