El 15 de marzo se realizó en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU el evento “Nuevos autoritarismos: implicaciones para los derechos humanos y la sociedad civil”, organizado por el CELS junto a organizaciones de distintos países y regiones. La iniciativa reunió a activistas de Brasil, Filipinas y Estados Unidos, tres países con gobiernos de extrema derecha, para un debate sobre la influencia creciente de estos líderes y movimientos en el mundo.
Participaron Jean Wyllys, ex diputado y activista LGBTI de Brasil, Jamil Dakwar, de la American Civil Liberties Union, Chito Gascón, de la Comisión de Derechos Humanos de Filipinas, y Risa Kaufman, del Centro de Derechos Reproductivos en Estados Unidos, con la moderación de Susan Wilding, de CIVICUS, organización internacional con sede en Sudáfrica.
Discurso de odio y violencia contra grupos y minorías
Los nuevos autoritarismos, como los viejos autoritarismos, eligen enemigos internos de la nación: esta fue una de las conclusiones del debate. En ese sentido, el ex diputado y activista LGBT Jean Wyllys contó cómo tuvo dejar Brasil y desistir de asumir su tercer mandato como diputado federal, por los ataques en su contra, intensificados durante la campaña electoral de Jair Bolsonaro. Marcados por un discurso de odio, el fundamentalismo religioso, la interpelación a la homofobia y otros prejuicios, estos ataques de los que es blanco desde 2011 pasaron a incluir amenazas contra su vida y la de su familia. El ex diputado considera que su caso fue el antecedente de un método de actuación que luego se acentuó y amplió a otros grupos en Brasil. El hecho de que haya tenido que irse del país sin lograr medidas de protección efectivas para seguir realizando su trabajo, demuestra la efectividad de la estrategia.
Jamil Dakwar, a su vez, destacó la línea de continuidad que hay entre la ideología del odio y movimientos como los de supremacía blanca existentes en Estados Unidos. Se trata de grupos que no sólo hablan, sino que actúan, a veces de manera extremadamente violenta, como se vio en los atentados en Nueva Zelanda contra la comunidad musulmana. Los panelistas destacaron que estos procesos no empezaron con las últimas elecciones presidenciales en Estados Unidos y en Brasil. En el primer caso, por lo menos desde el atentado de 2001 contra las Torres Gemelas se verifica un sensible incremento en la islamofobia y la xenofobia, acompañado de medidas concretas y de violaciones de derechos humanos en nombre de la seguridad y la soberanía nacionales.
“Valores tradicionales” como pretexto para el odio basado en género
Se destacó que en algunos países se activan debates sobre género centrados en la familia y los llamados “valores tradicionales”. En los Estados Unidos, según Risa Kaufman, del Centro para los Derechos Reproductivos, esto se manifiesta en discursos sobre la protección contra la discriminación religiosa o la protección de la libertad religiosa que sirven de pretexto para fomentar estereotipos de género y restringir derechos a la autonomía del cuerpo de mujeres y niñas. Las normas y políticas que limitan el acceso a servicios de salud sexual y reproductiva afectan en particular a comunidades que enfrentan formas de discriminación múltiples e interseccionales, como migrantes, personas negras, personas con discapacidad y LGBTI.
En sentido similar, Jean Wyllys destacó que los ataques contra su persona se basaron en que es homosexual y por integrar la comunidad sexo diversa. La campaña presidencial de Bolsonaro promovió ese mismo discurso de odio, marcado por las fake news, orientado a la comunidad LGBTI y también a otros grupos. Dakwar recordó que el aumento de la presencia de mujeres, personas LGBTI, musulmanes y otros grupos en el Congreso de Estados Unidos, si bien ha permitido amplificar su voz, también está acompañado de ataques, animosidad y odio contra esas representantes, no por lo que defienden, sino por sus identidades.
Ataques al disenso, redes sociales y fake news
Los panelistas destacaron el contexto más amplio de ataques contra cualquier posibilidad de disenso que pueda provenir de los medios y la prensa, parlamentarios y activistas. En Filipinas, una senadora que inició una investigación en el Senado sobre las ejecuciones extrajudiciales que se estaban desarrollando fue procesada sin pruebas por una supuesta vinculación con líderes narcos. Está presa desde hace dos años. También se intentó sacar la habilitación a un medio de comunicación que expuso esos abusos, se lo denunció por evasión fiscal y se detuvo a su editor. Según Dakwar, los discursos que caracterizan a los medios como enemigos del Estado son parte de esa estrategia autoritaria de construcción de poder.
Otra de las características de los nuevos autoritarismos es el uso de las tecnologías de la información y la diseminación de fake news. Para Dakwar, los hechos ya no importan en un mundo en el que el propio presidente de Estados Unidos retuita páginas antiislámicas sin considerar que está haciendo algo mal. La comunicación se basa en la idea de que hay una amenaza ahí afuera y, por lo tanto, se asienta no en la realidad de los hechos, sino solamente en el miedo. Chito Gascon destaca que en el mundo de la posverdad ya no hay guardianes de la verdad; cualquiera puede hablar y decir: “esto es así”. Las mentiras, cuando son dichas muchas veces, se tornan verídicas. El marco general de los debates, además, no está basado en lo que es bueno para la sociedad en su totalidad. Y como corolario, los grupos históricamente discriminados no tienen el mismo acceso a canales de expresión como para contrarrestar las narrativas basadas en el odio y el prejuicio.
Gobiernos con alta popularidad y el discurso del “otro” a ser combatido
Según Chito Gascon, la popularidad de los nuevos gobiernos de derecha es un aspecto que singulariza a los “nuevos autoritarismos” en contraposición a los viejos autoritarismos. Al respecto, el miembro de la Comisión de Derechos Humanos de las Filipinas recordó el amplio margen de apoyo de Duterte en este país. Sus campañas para el combate a las drogas se basan en la política del “disparar antes de hacer preguntas” y ya implicaron la ejecución de 20 mil personas –5 mil reconocidas oficialmente por parte de la policía. Lejos de provocar algún tipo de rechazo, estas políticas reciben un apoyo que alcanza los 80% de la población y se disemina en la región lo que se está llamando “el efecto Duterte”.
La razón de ese apoyo popular es, para Gascon, que estos líderes aprovechan la insatisfacción con las instituciones democráticas, a partir del señalamiento de un enemigo interno a ser combatido. Se presenta a la experiencia democrática fallando en relación a las esperanzas y aspiraciones de las personas, particularmente en los países en desarrollo; y la persistencia de la pobreza y la corrupción. A este “otro”, que en el caso filipino son los usuarios y traficante de drogas, se atribuye la responsabilidad por los problemas económicos y sociales. En Estados Unidos, Dakwar recordó que la idea de “crisis” o de “emergencia nacional” busca justificar políticas violatorias de los derechos de los refugiados y las personas migrantes. Las comunidades indígenas, a su vez, son víctimas de estigmatización por parte del propio poder público, y señaladas como un obstáculo a los proyectos de desarrollo cuya implementación en los territorios tradicionales se está intensificando.
A veces, los propios derechos humanos son ubicados en este lugar del enemigo a combatir. En Brasil, los discursos de campaña de Bolsonaro asocian los derechos humanos a “derechos de delincuentes”, y los defensores de derechos humanos son estigmatizados. En las Filipinas, esta asociación es directa a un punto tal que la Comisión de Derechos Humanos, cuya sigla es CHR, recibió en las redes sociales el apodo de “CHRIMINAL”. Se estaría llamando “humanos” a “delincuentes” y se encuentra en vías de institucionalización la idea de que las personas que delinquieron decidieron perder sus derechos a partir del momento en que cometieron el delito. Las garantías del debido proceso y la presunción de inocencia se presentan como obstáculos para la garantía de la seguridad de todo un país. En Estados Unidos, un reporte reciente del FBI clasificaba a algunas organizaciones que trabajan sobre temas de racismos como “extremistas identitarios negros”, transformando a grupos que luchan por la igualdad y resisten las violaciones sistemáticas de sus derechos, en amenazas a la sociedad y a la seguridad nacional.
Tomarse el desafío en serio
“La situación es compleja, pero necesitamos tomar el desafío en serio”, consideró Gascon, “porque está ocurriendo en una escala global”. Los ideales de los derechos humanos y de la democracia, que luchamos tanto para construir, están siendo socavados. La idea de que los derechos humanos son universales está amenazada no por una negación de los derechos, sino por la idea de que no serían universales y de que hay elementos en la sociedad que no tienen derechos.
Gascon consideró que es necesario cambiar la narrativa, pero no solamente en relación al Estado, sino con la participación social. Hay que incentivar a las personas a discutir lo que es importante para ellas: las vidas, las comunidades marginalizadas y excluidas son importantes y el Estado debería responder a un estándar más alto. Tenemos que organizarnos en el terreno, en las calles, movilizar a la sociedad para el debate, reafirmar la necesidad de valores universales, mientras fortalecemos los controles institucionales y la separación de poderes.
Para el defensor filipino es importante insistir en la defensa de los derechos desde los lugares institucionales que ocupan y con las herramientas que tengan. En Estados Unidos, a pesar de las amenazas, existen grupos potentes, que reaccionan y reclaman por el “fin a este odio”, “fin a las ideas de rechazo al otro”, y defienden valores universales de derechos humanos, como los abogados que recorrieron los aeropuertos de Estados Unidos para defender a personas de religión musulmana respecto del “Muslim Ban”. Si no reaccionamos, alerta Chito, estaremos enfrentando una amenaza existencial, porque las nuevas formas de autoritarismo no van a socavar la democracia solamente, la van a derrocar.