En los últimos años, cada vez más mujeres viven su detención en prisión domiciliaria. Es una buena noticia. Se trata de una salida posible, una mejoría importante frente a las condiciones inhumanas de vida que caracterizan a las cárceles argentinas. Sin embargo, en simultáneo comienzan a notarse los problemas de esta forma de castigo. Y poco se sabe de cómo viven y sobreviven estas mujeres a ese encierro.
Sobre estos problemas, invisibles para la mayoría, avanza Castigo a domicilio. La vida de las mujeres presas en sus casas, una publicación realizada en conjunto por el colectivo YoNoFui y el CELS que contiene relatos visuales y escritos de mujeres que atraviesan o atravesaron esa experiencia con el acompañamiento de la organización como fundamental y, por lo general, única red de contención. Así nació la cooperativa de trabajo YoNoFui.
Ni las leyes, ni los agentes judiciales, ni el poder ejecutivo toman en cuenta la situación de pobreza, de vulnerabilidad y, en muchos casos, de violencia de la que provienen las mujeres detenidas. Ninguna de esas instancias parece considerar los problemas materiales y la precariedad en los que se encuentran esas personas antes de su detención, que se profundizan con el pasaje por la cárcel y que continúan en la prisión domiciliaria. Muchas de estas mujeres que terminan detenidas son la cabeza de una familia monoparental y, casi invariablemente, son pobres. Es decir, tienen a sus hijes a cargo y deben afrontar el sostenimiento de la economía familiar con pocos o ningún recurso estatal y con dificultades para acceder al mercado de trabajo.
No alcanza con la decisión de aliviar la sobrepoblación carcelaria con arrestos domiciliarios. Las acciones urgentes y las políticas específicas tienen que estar orientadas a desincriminar conductas, a desarrollar y financiar políticas de integración social y a contemplar la situación socioeconómica de la población detenida.
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