Dibujo: Carlos Llerena Aguirre
El testimonio del demandante Eduardo Capello II demostró el impacto en su familia y en su vida de haber perdido a su tío. El Sr. Capello reveló que, aunque nació después de la muerte de su tío Eduardo Capello I—su homónimo y razón de su nombre—y, por tanto, nunca lo conoció, el fantasma de su tío persiguió a la familia Capello por cinco décadas. Después de que su madre y su padre fueron desaparecidos cuando él era pequeño, el Sr. Capello fue criado por su abuelo Jorge y su abuela Soledad, quienes hablaban casi a diario del tío del Sr. Capello cuando éste era joven. El Sr. Capello explicó que no comprendió del todo el penetrante temor con el cual vivió de niño y hasta que llegó a la edad adulta, cuando reconoció que la muerte de su tío—y el consiguiente miedo a la retaliación de los militares y del gobierno en Argentina—lo siguió a donde fuese. Dio testimonio de que sabía, desde que era pequeño, que no debía hablar abiertamente de la muerte de su tío o de la desaparición de su familia.
Según el Sr. Capello, este miedo omnipresente llevó a su familia a abandonar su búsqueda pública de justicia. Sus abuelos interpusieron una demanda en 1974 pero no se sentían seguros como para darle continuidad al caso. En última instancia, el miedo sacó a la familia de Buenos Aires para llevarla a un pueblito de Villa Gesell, 400 kilómetros al sur. La familia se rehusó a darse por vencida; el Sr. Capello testificó que en 2005 su abuela se involucró en la investigación penal de la Masacre de Trelew que realizó el gobierno argentino. El Sr. Capello dijo querer esperar por el desarrollo del proceso penal argentino contra los otros oficiales involucrados en la Masacre de Trelew antes de acudir a las cortes estadounidenses, con la esperanza de que una condena llevara a la extradición del Sr. Bravo. Cuando se le preguntó qué le diría a su tío hoy, el Sr. Capello respondió: “Espero que él esté tan orgulloso de mí como yo estuve de él. Nos tomó 50 años llegar a este punto, pero nunca nos rendimos, y estoy muy seguro de que, después de que concluya este proceso judicial, el mundo será un poco más justo”.
En el contrainterrogatorio, el Sr. Capello reconoció que, si bien él personalmente no calificaba para beneficio alguno, el gobierno argentino le concedió reparaciones a su abuela a fines de la década de los 90. Insistiendo en la razón de que esta demanda no se hubiese entablado antes, el abogado de la defensa le preguntó al Sr. Capello si conocía la ubicación del Sr. Bravo antes de los intentos de extradición. El Sr. Capello admitió haber investigado por la Internet y enterarse de que el Sr. Bravo vivía en Miami; sin embargo, dijo que desconocía la dirección exacta del Sr. Bravo y que no se puso en contacto con un abogado o investigador privado en Estados Unidos. Informó que, a su entender, la dirección del Sr. Bravo no era públicamente asequible. Cuando se lo presionó sobre si en la década de los 90, cuando su familia estaba buscando compensación, perdió sus temores al gobierno argentino, el Sr. Capello respondió. “No, de ninguna forma, para nada”.
Se le mostró al jurado la declaración testimonial bajo juramento de Alicia Krueger, porque su salud le impide viajar a Miami. Ella hizo énfasis en que habría hecho todo lo posible para buscar justicia para su finado primer esposo, Rubén Bonet, víctima de la Masacre de Trelew. Explicó que el Sr. Bonet fue arrestado en 1972 sin cargos. Describió los eventos que siguieron a su arresto como una pesadilla de confusión, pérdida y miedo. El Sr. Bonet fue transferido a la Prisión de Rawson, a 1500 kilómetros de Buenos Aires. Después del escape de la Prisión de Rawson, la Sra. Krueger trató en vano de encontrar al Sr. Bonet. Pronto se enteró de que estaba entre quienes sucumbieron a la Masacre de Trelew. Vio su cuerpo en la morgue en Pergamino. La Sra. Krueger, maestra de escuela experimentada, llevó un papel y un lápiz y bosquejó lo que vio: un cuerpo acribillado a balazos, cubierto de moretones, con la “cabeza destrozada…la habían vuelto a armar”. Ella pudo hacerse de informes de autopsia de su cuerpo, pero los perdió todos (junto con sus propias pertenencias) cuando su familia huyó luego de su casa en pos de seguridad. Muchos años después encontró una copia de su autopsia en un libro de Francisco Urondo. Vivió en la clandestinidad de 1973 a 1976, año en que la mano dura militar la llevó a huir del país con su familia y solo con lo que tenía puesto, y refugiarse en Francia. Siguió contactando al gobierno argentino y testificó que “nunca dejó esta lucha de buscar verdad y justicia”. Al ser contrainterrogada, reconoció que postuló dos veces a reparaciones y las recibió.
Se leyó al jurado el testimonio de Alberto Camps en el hospital después de los eventos de Trelew. Allí informa que los prisioneros eran bien tratados por todos los soldados, con una excepción: el teniente Roberto Bravo. Camps se refiere a las amenazas del Sr. Bravo, quien con frecuencia dijo que en lugar de alimentar a los prisioneros se los debía fusilar. El Sr. Camps anota que el Sr. Bravo obligaba a los prisioneros a quedarse en posiciones de estrés por más de una hora, y explica que, en la noche en cuestión, el Sr. Bravo ordenó a los prisioneros salir de sus celdas y formar filas a ambos lados del pasillo antes de dar la orden de abrir fuego. Tan pronto empezó la ráfaga, el Sr. Camps dice que se lanzó de vuelta a su celda con su “compañero” Mario Delfino. El Sr. Bravo los persiguió y les preguntó si iban a mostrar más interés en responder a sus interrogatorios, ambos dijeron que no. El Sr. Camps luego relata que el Sr. Bravo les disparó a quemarropa; mató a Delfino y a él lo hirió de gravedad con un único disparo al estómago. El Sr. Camps indica que el Sr. Bravo, satisfecho de que la “amenaza” había sido neutralizada, salió de la celda sin pedir atención médica; y cuenta que siguió escuchando disparos rítmicos, probablemente de las armas cortas de los oficiales, provenientes de celdas vecinas. El Sr. Camps recuerda que eventualmente se lo sacó de la celda y se lo llevó a la enfermería.
Al final del día, el demandado, el Sr. Bravo, subió al estrado por varias horas. El Sr. Bravo expresó que esa noche llegó al bloque de celdas debido a las quejas de un marino no identificado. Sintiéndose incómodo, recogió una ametralladora PAM que uno de los cabos dejó por seguridad. Dijo que su temor surgía de la fuga de la prisión que precipitó los eventos en Trelew y en la cual se dijo que un guardia fue asesinado. Una vez que a los prisioneros se les ordenó salir de sus celdas, uno de ellos se impuso al capitán Sosa, agarró su pistola .45 y disparó dos tiros a los soldados. El Sr. Bravo luego exclamó: “¡Fuego! ¡Fuego!” y vació las 30 a 32 balas de su cargador.
Algunos detalles del testimonio del Sr. Bravo no coinciden con sus anteriores declaraciones juradas sobre los eventos en Trelew, como cuáles soldados estaban presentes, quién abrió las puertas de las celdas, cuántos tiros supuestamente disparó un prisionero y la posición de cada soldado cuando comenzó el tiroteo. Después de admitir que había inconsistencias, el Sr. Bravo testificó que estaba esforzándose al máximo por relatar con precisión eventos que ocurrieron hace 50 años.
Subsecuentemente se le mostró al jurado un documento, que el Sr. Bravo confirmó, en el que se echa luz a su actual valor neto de más de $6 millones.
Las preguntas del abogado de la defensa se enfocaron en el traslado del Sr. Bravo a los Estados Unidos para entrenamiento, lo que el Sr. Bravo ahora cree fue motivado por las amenazas a su familia en Argentina. El Sr. Bravo informó que tomó la difícil decisión de quedarse en los Estados Unidos por el bien de su familia y que hizo trabajos esporádicos para pagar sus estudios universitarios y a su abogado de inmigración. Se dio por concluida la sesión del día alrededor de las 5:00 p.m. El testimonio del Sr. Bravo continuará el miércoles en la mañana.