Dibujo: Carlos Llerena Aguirre
Tercer día – miércoles 29 de junio de 2022:
El Demandado Bravo retomó el estrado para responder al interrogatorio de horas que le hizo su abogado; recordó haber empezado a trabajar en la Base Naval Almirante Zar en enero de 1972. El 15 de agosto de 1972, día de la fuga de la Prisión de Rawson, el Sr. Bravo estaba de vacaciones con su familia en Buenos Aires cuando lo llamaron para ordenarle que volviera a la base. A su retorno se le encargó vigilar a los 19 prisioneros. Informó que sus interacciones con ellos fueron mínimas hasta el 22 de agosto, fecha en que, al estar trabajando en documentación reglamentaria, un marinero vino a las 3:00 a.m. a decirle que debía ir a ver a los prisioneros. El Sr. Bravo se levantó, colocó la pistola al cinto y caminó hasta el bloque de las celdas.
El Sr. Bravo dibujó las posiciones en un esquema visual de la instalación y atestiguó que, al ingresar, halló a los cabos Marandino y Marchan vigilando a los prisioneros. Marchan le pidió permiso para irse porque no se sentía bien y se fue casi al mismo tiempo que entraban Sosa, Del Real, y Herrera. Marandino le dijo al Sr. Bravo que los prisioneros estaban tratando de comunicarse entre sí, y Sosa dio la orden de sacar a los prisioneros de sus celdas. El Sr. Bravo agarró la ametralladora que dejó Marchan, y Del Real tomó la pistola del Sr. Bravo. El Sr. Bravo testificó que Marandino abrió las celdas y que luego Sosa ordenó a los prisioneros salir de sus celdas y quedarse parados. Contó que Sosa caminó de ida y vuelta por el pasillo entre las dos filas de prisioneros mientras los sermoneaba a viva voz. Cuando Sosa volvió al frente, el Sr. Bravo dijo que se desencadenó todo con rapidez: a Sosa se le aflojaron las rodillas y el prisionero Pujadas se hizo de la pistola calibre .45 del capitán Sosa. El Sr. Bravo indicó que no recuerda haber visto a Pujadas moverse antes de tomar la pistola y disparar; creyó haber visto explotar la llama dos veces al extremo de la pistola y pensó que se la apuntaba hacia él. Luego, el Sr. Bravo atestó que parecía que los prisioneros se movieron todos hacia él sin darle tiempo a deliberar; en lo único en que pensó fue en: “[tengo] que detenerlos”. El Sr. Bravo describió su tiroteo como la reacción de una fracción de segundo y explicó que disparó a cierta altura para evitar darle a Sosa. Pasado el tiroteo, el Sr. Bravo se sintió “anonadado por el hedor a pólvora y humo”. Atestiguó que llamó a guardias y médicos. Cuando todo hubo pasado, fue aislado por días a la espera de una investigación.
Cuando se le mostró un informe publicado por los militares argentinos en diciembre de 1972 que concluyó que él cumplió con su deber y no debía ser castigado, el Sr. Bravo dijo que no participó en la elaboración del documento “confidencial” ni pudo verlo sino hasta 2009. El Sr. Bravo disputó la exactitud de varias secciones del informe, como la afirmación de que él—y no Sosa—fue el oficial que ordenó abrir las celdas de la prisión.
El Sr. Bravo explicó que, después del incidente, se quedó por cuatro meses en Argentina antes de ser transferido a los Estados Unidos, en donde eventualmente fundó varias empresas que fueron registradas públicamente a su nombre y con su dirección.
A continuación, el abogado de los Demandantes pidió al Sr. Bravo volver a dibujar las posiciones de las partes justo antes del tiroteo; el abogado luego resaltó las inconsistencias con lo que dibujó en una declaración anterior. Este dibujo mostraba a los prisioneros frente a frente, mientras su anterior dibujo los mostraba de cara a los oficiales. Es más, aunque hoy el Sr. Bravo testificó que el prisionero Pujadas disparó dos veces, antes había afirmado que solo hubo un disparo. Cuando se le preguntó sobre su dificultad en recordar la cantidad de balas disparadas, el Sr. Bravo exclamó: “¡no me confunda!”
El Sr. Bravo atestó que a los oficiales involucrados en el incidente se los separó durante la investigación que siguió y que, aún reunidos para reconstruir el evento, no hablaron de lo ocurrido. Cuando se le preguntó si la investigación y el informe subsecuente se realizaron bajo el dictador militar Alejandro Agustín Lanusse, el Sr. Bravo expresó su disgusto con el uso del término “dictador” y señaló que Lanusse fue dictador “solo para la oposición”.
El jurado vio el vídeo de una declaración jurada del Dr. Julio Cesar Ulla, hermano de la víctima Jorge Ulla. El Dr. Ulla reveló que, después de enterarse de la trágica muerte de su hermano, su familia recibió el cuerpo con dos heridas: una rodeada de hollín en el pecho y otra en el muslo. Informó que los militares no dieron una causa de muerte y que ningún doctor se animaba a hacer una autopsia por temor a represalias. Cuando el Dr. Ulla y su familia pidieron justicia, se los acosó, persiguió y atacó repetidamente. En un caso, las fuerzas de seguridad del Estado atacaron a los reunidos para el cortejo fúnebre por su hermano. El Dr. Ulla contó que se aferró al ataúd de su hermano por temor a que se llevaran el cuerpo, así como se llevaron su vida.
El Dr. William Anderson, patólogo forense, explicó que lo tatuado en hollín en la herida del pecho de la víctima Jorge Ulla solo podía haber sido causado por “contacto directo”. Opinó que los granos de pólvora listados en la autopsia de la víctima Rubén Bonet también coincidían con una herida causada por un disparo a quemarropa. En contrainterrogatorio, el Dr. Anderson reconoció no haber estado presente en la autopsia, admitió haberse limitado a revisar el informe no oficial y desconocer las credenciales del examinador que hizo la autopsia y si el cuerpo fue alterado de antemano.
El jurado vio la declaración jurada en vídeo de Miguel Marileo, carpintero que hacía ataúdes en Trelew. Él dijo que, pasada la masacre, fue obligado a ir a la Base Naval Almirante Zar en medio de la noche; allí vio en camillas a tres sobrevivientes heridos “gimiendo” y a 16 cadáveres desnudos. Dos cuerpos de mujeres le impresionaron en particular: una, notoriamente embarazada, con heridas de bala de los senos para abajo, y la otra con una sola herida en la nuca. Terminado su trabajo en la prisión, afirmó haber sido amenazado por un militar para que nunca revelara lo visto y para que tuviera en mente que tenía un hijo.
El jurado vio la declaración jurada en vídeo del cabo Carlos Marandino, quien recordó que el Sr. Bravo le ordenó abrir las celdas de la prisión y luego irse. Dijo que cuando volvió al poco rato, el Sr. Bravo le instruyó revisar los cuerpos de los prisioneros. El Sr. Marandino atestiguó que después volvió a Argentina para comparecer en juicio pues nada tenía que ocultar.
Por último, se le mostró al jurado la declaración jurada en vídeo de Marcela Santucho. La hija de Ana María Villarreal de Santucho, víctima de Trelew, explicó que, tras enterarse de la trágica muerte de su madre, su familia se vio expuesta a acoso y secuestro. Habló de una niñez difícil que culminó en el exilio en Suiza.