Morena Domínguez tenía once años. Supimos de ella cuando perdió la vida, de una forma cruel, injusta, insoportable. Después, vimos aflorar mezquindades y miserias. Funcionaries estatales pasándose la pelota, mintiendo, tratando de sacar rédito, alimentando el odio.
Dos días después pareciera como si no hubiera nada más que discutir, que pensar, que hacer, que transformar. Así funciona la “agenda de seguridad”, crece cuando sucede un hecho gravísimo. Luego es instrumentalizada: seguramente se reclame construir más cárceles y bajar la edad de la responsabilidad penal, tal vez se tome alguna medida de corto plazo que probablemente consista en colocar en las calles más cámaras de vigilancia y patrulleros.
Mientras tanto, son las personas más pobres, las vidas precarizadas, las que conviven con la violencia de manera cotidiana y persistente. Con la violencia del negocio del narcotráfico y la que deriva de los despliegues policiales que supuestamente lo están “combatiendo”, con las conductas violentas de las personas afectadas por la adicción a drogas destructivas.
Ni las políticas públicas de seguridad, ni las políticas sociales, ni las políticas de salud, en el caso de que existan, vienen teniendo como resultado una salida a esta situación.
Lo que sucede en los barrios es que las organizaciones sociales son las que inventan trabajos que brindan ingresos que suplantan los que generan la venta de drogas o los delitos contra la propiedad. También son las que ofrecen acompañamiento en salud mental y adicciones, las que construyen encuentros comunitarios, las que recuperan espacios que antes fueron colonizados por la violencia para refundar modos de vida. Estas organizaciones hacen su trabajo con la fuerza de la convicción, muchas veces lidiando con los obstáculos que le pone el Estado en todos sus niveles.
Hay otros caminos posibles. Ninguna sociedad está condenada de antemano a abandonar a su suerte a la mayor parte de sus integrantes. La realidad se cambia con política. La política requiere debate, discusión, ideas y, también, decisión. La decisión, por ejemplo, de reconocer que la solución al problema del narcotráfico no son las fuerzas de seguridad que más temprano o más tarde terminan siendo parte del negocio, ni tampoco las Fuerzas Armadas. Y la de poner sobre la mesa que hay distintos tipos de consumos de drogas ilegalizadas que requieren diferentes tipos de respuestas estatales.
La muerte de Morena no tiene reparación y por ella debemos exigir justicia. Además, debemos reclamarnos un compromiso colectivo. Cada une de nosotres tiene la posibilidad de involucrarse en una transformación. Podemos asumir la responsabilidad compartida que tenemos con quienes, ahora mismo, siguen viviendo vidas como la que tuvo Morena hasta antes de ser asesinada.
Foto: Télam / Eliana Obregón