Se ve un pañuelo blanco en medio de la marea verde. No es extraño, Norita está donde la movilización popular reclama un derecho. A los 94 años, falleció Nora Irma Morales de Cortiñas. Nos deja su alegría y su compromiso con los derechos humanos. También nos deja su ejemplo de solidaridad y empatía en momentos en los que se promueve la crueldad y la indiferencia.
Norita tenía 47 años cuando, el 15 de abril de 1977, la dictadura secuestró a su hijo Carlos Gustavo Cortiñas, militante de la organización Montoneros. Norita no estaba en Buenos Aires, había pasado la pascua en la costa con Gustavo y el resto de la familia. Él volvió antes. Cuando ella llegó, la noticia la estaba esperando.
“Hasta que se llevaron a mi hijo teníamos un hogar común, de clase media baja, con un padre de familia muy trabajador que tenía la responsabilidad de traer el salario, y con dos hijos varones, Marcelo y Gustavo, a los que les dábamos la educación con el sacrificio que se hace en una casa donde todo se consigue en base a mucho esfuerzo”, contó Norita en una entrevista.
Por un pariente supo que en la Plaza de Mayo se juntaban otras como ella, caminando en ronda alrededor de la pirámide. Ya había pedido sin resultado ayuda en la Catedral de Morón y presentado un habeas corpus con su propia firma para tratar de encontrar a Gustavo. Llegó con esperanza hasta la principal plaza del país la segunda semana de mayo y se sumó a la marcha.
“Tuve que dejar la casa, y bueno, ya después en mi casa yo no hacía nada; la prioridad era salir a buscar a mi hijo, y entré en una espiral de locura, ¿no?, porque es una locura. Pero de bajar los brazos no, ¡nunca!”, dijo Norita en otra de las tantas notas que le hicieron como referente del movimiento de derechos humanos.
En esas rondas, golpeando puertas, gritando a viva voz por la aparición de su hijo, Norita fue cambiando. Dejaba atrás su vida hogareña para salir a luchar frente a la dictadura más sangrienta. Primero por lo que le tocaba de cerca, después abrazó otras luchas como si fueran propias. Fue Norita una de las primeras madres que participó en los encuentros nacionales de mujeres; llevó su pañuelo a la Marcha del Orgullo, en 1993 y no dudó en posar con una planta de marihuana durante una marcha por la legalización del cannabis. Compartió también reclamos de trabajadores y trabajadoras en las fábricas, de comunidades indígenas en sus territorios o de jóvenes en el cuidado del ambiente.
Siempre ponía en juego, en la calle, el símbolo poderoso del pañuelo de las madres para sumarlo a otros reclamos, a movimientos sociales y políticos, tendiendo puentes con otras tradiciones y generaciones.
Norita fue también una referente social en el mundo. Estuvo junto al Subcomandante Marcos en Chiapas, en Cuba para acompañar el proceso de paz entre el Estado colombiano y la guerrilla, y participó de innumerables foros económicos donde nunca dejó de cuestionar el pago de la deuda externa.
A mediados de los 80 empezó a estudiar Psicología Social. “Yo soy muy extrovertida y me gusta saber todo, husmear todo, leer todo. Me gusta estar al día de todo lo que va ocurriendo en el mundo”, dijo. En esa curiosidad había también una sensibilidad admirable.
Despedir a Norita es despedir una parte de nuestra historia como movimiento de derechos humanos. Es despedir a una de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo.
Hoy era común verla en marchas, plazas, actos y en la ronda de los jueves recibiendo el abrazo de distintas generaciones que hoy la despiden con el compromiso de seguir su legado.
Fotos: Maria Eugenia Cerruti / CELS