Pensé que había dimensionado lo que hizo Víctor Basterra para ocupar un lugar en la historia del país, pero recién lo entendí cuando el sello Asunción Casa Editora publicó La quinta copia. Hasta ese momento había leído y sabía que Basterra sacó de la ESMA las fotos que les sacó a las y los detenidos. Sabía que esas fotos habían sido una prueba de que esas personas habían pasado por ahí para luego desaparecer.
Por asociación, nombrar a Basterra es casi visualizar fotos en blanco y negro de Fernando Brodsky en camiseta o de Graciela Alberti o de Ida Adad, aunque no sepamos sus nombres. Porque seguramente haya memorias sin imágenes, pero sin imágenes perdemos un dispositivo potente de narración: Basterra puso imágenes donde ya no había voz.
Hace algunos días, Mariano Llinás dijo sobre la desfinanciación del cine que el objetivo es “elegir como enemigos del interés popular precisamente a quienes se ocupan de sus historias, de sus imágenes”. Más de veinte años atrás, el manifiesto del grupo Agustín Tosco Propaganda anunciaba luego de dos años de militancia cinematográfica “[estamos aquí] Para devolver las imágenes del pueblo al pueblo. El caos parece general y la derecha no da concesiones. Nosotros tampoco”.
Volviendo a Basterra, estuvo secuestrado en la ESMA y durante su cautiverio trabajó en el laboratorio de fotografía. Lo obligaban a falsificar documentos. La ESMA fue un centro clandestino de detención. Hubo más de 800, eran ilegales, allí torturaban, violaban, mataban, nacían bebés que luego eran robados. La aclaración parece una pavada, pero en estos días parecen surgir formas de llamarlos del estilo “suave lugar de reunión sobre colchón de municiones”.
Un día, Basterra -personaje lateral en la película de Santiago Mitre y Mariano Llinás, Argentina, 1985- empezó a hacer una copia extra de las fotos que le hacían tomar. La quinta copia. Las escondía en una caja de papel fotosensible, que ningún militar revisaba para no velar el papel. Otro día, cuando empezó a tener salidas transitorias, las empezó a sacar de la ESMA. Dentro del calzoncillo, pegadas en el torso, en las piernas. Eso es lo que sabemos. Pero la editorial a cargo de Agustina Triquell y Alejandra González editó el testimonio de Basterra en el Juicio a las Juntas y ahora sabemos más. Cada vez que la palabra fotografía es dicha en la audiencia, en el libro hay un blanco que inquieta. ¿Qué hubiera pasado sin esas fotos?
Pero además el libro La quinta copia trae una imagen sin revelar. El sobre que viene con el libro indica que protejas la imagen de la veladura. Por supuesto, la imagen que venía en mi ejemplar duró sin velar cinco minutos porque no leí las instrucciones. Entonces, de repente, arruinar esa foto, no saber qué había en el papel, perder una imagen fue un shock: yo no podría haber hecho lo que hizo Víctor Basterra. Solo pienso en su miedo. Cada salida fuera de la ESMA con la quinta copia era poner su vida en riesgo. Quién lo hubiera culpado si no sacaba nada. Pero hubo algo más fuerte que el miedo a la muerte y es a que no hubiera verdad.