Les inquilines dependen de tener ingresos económicos constantes para tener un lugar donde vivir. En un contexto de incertidumbre económica y precariedad laboral cada vez mayor, el peso creciente del alquiler en la economía de los hogares, el riesgo de que se interrumpan los ingresos y la posibilidad de un desalojo hacen que para muches alquilar sea una situación habitacional cada vez más frágil.
Lejos de los estereotipos, el alquiler no es solo una realidad transitoria para los hogares de jóvenes de clase media en los centros urbanos: es un modo de acceso a la vivienda cada vez más extendido en los sectores populares, en barrios alejados de las zonas céntricas y en personas adultas.
Por tratarse de una problemática estructural que limita el acceso a múltiples derechos, el CELS y la Escuela IDAES-UNSAM realizan periódicamente una encuesta sobre la situación de los hogares inquilinos del AMBA.
Con base en esta encuesta, presentan ahora el Índice de Vulnerabilidad Inquilina (IVI), un instrumento que mide el mayor o menor grado de vulnerabilidad de los hogares inquilinos. El índice muestra con claridad que existen inquilines cuya situación es particularmente vulnerable. Es el caso de los hogares sostenidos por mujeres o por personas trans-travesti o no binaries, de quienes alquilan de palabra, de las personas desocupadas, de quienes reciben la AUH, les jóvenes, les migrantes recientes, quienes alquilan en villas y asentamientos, entre otros.